Lúcido artículo publicado hoy 19 de Junio de 2012 en el
País, de miembros de economistas frente a la crisis. A sus reflexiones añadiría que es más importante que nunca el éxito de las manifestaciones convadas por ccoo y ugt para el 20 de Junio en todo el estado. Que sirvan para expresar un grito de rechazo de trabajadores y trabajadoras; del conjunto de la ciudadanía contra los
recortes sociales y de derechos que nos atacan y arrastran en una espiral descendente que nos aloja en el paro, la
pobreza, el sufrimiento de la mayoría de la sociedad. NO TE CALLES,
MANIFIESTATE.
Juan Ignacio Bartolomé / Jorge Fabra Utray/ José Moisés
Martín Carretero son miembros de ECONOMISTAS FRENTE A LA CRISIS .
www.economistasfrentealacrisis.com
España se encuentra en un momento determinante. Las malas
noticias económicas y financieras de las últimas semanas, de los últimos días,
de las últimas horas, nos sitúan en una encrucijada donde cualquier elección es
difícil.
La ciudadanía y la opinión pública buscan a los economistas
y encuentran economistas que vaticinan terribles consecuencias en un vano
intento de engrandecer su valía haciendo predicciones más grandes que ellos
mismos. Incansablemente nos repiten que los niveles de bienestar alcanzados no
son sostenibles y que es necesario que recibamos menos prestaciones sociales,
peor educación, peor salario, peor atención sanitaria. La austeridad forzada
tiene un nombre: se llama pobreza. Alegan que, para ser competitivos, tenemos
que ser más austeros, esto es, más pobres. Y proponen reformas que se concretan
en reflotar la banca privada con fondos públicos, rebajar más si cabe la
progresividad de nuestro sistema fiscal, reducir pensiones y prestaciones por
desempleo, y privatizar ¡qué ridículo! lo poco que queda del sector público
empresarial cuando realmente lo que pretenden es privatizar la sanidad, la
enseñanza y las pensiones. Y presentan sus reformas como la única salida a la
crisis. Mientras, la ciudadanía va perdiendo confianza en lo que la ciencia
económica puede ofrecer si es eso solo lo que ofrece.
No todos los economistas pensamos así. Frente a la
devaluación interna, hay economistas que pensamos que es posible salir de la
crisis con más Europa. Que un pacto social por el crecimiento y las reformas
dará mejores resultados que los recortes que se nos imponen. Que España cuenta,
todavía hoy, con sectores industriales punteros que hay que promover e
internacionalizar. Que la inversión en I+D+i es nuestro pasaporte hacia la
economía del conocimiento. Que los fondos estructurales y el Banco Europeo de
Inversiones pueden movilizar recursos en sectores productivos clave. Que las
reformas fiscales deben ser progresivas para proteger a los más débiles. Que el
Banco Central Europeo debe asumir un papel de prestamista de último recurso.
Que la racionalización no está reñida con la prestación de servicios públicos
de calidad. En definitiva, que la austeridad, esa pobreza inducida, es mera
ideología elevada a la categoría de ciencia.
¿Cuál es el problema de fondo en la actual crisis económica?
¿Es un exceso de endeudamiento público? No. Nuestra deuda está por debajo de la
de Alemania, de la de Francia, de la media europea y es la mitad de la Inglesa
o la de los Estados Unidos. ¿Es la crisis bancaria? Ha sido rescatada y la
prima de riesgo sigue subiendo. ¿Es el contagio de Grecia? Han ganado los
candidatos de Merkel y la prima de riesgo se dispara. El problema de fondo es
la recesión, la subutilización del aparato productivo existente por falta de
demanda efectiva. Contamos con instalaciones, tecnología, empresarios y
trabajadores formados, y contamos con infraestructuras. También hay necesidades
insatisfechas que son demanda potencial. Sin embargo, las empresas cierran o
están infrautilizadas, los empresarios no invierten, los consumidores no
consumen, los bancos no prestan y la política económica no asume su
responsabilidad en la movilización de los recursos productivos.
Este es el problema de fondo que, como toda enfermedad, se
manifiesta por síntomas que no deben ser confundidos con la enfermedad misma.
Uno de estos síntomas es la crisis bancaria que contamina nuestro déficit
público. El análisis de las cifras evidencia que su causa fundamental es la
caída de la actividad económica. Los ingresos públicos dependen de la evolución
del PIB y su caída provoca, consecuentemente, caída de los ingresos.
Adicionalmente, la disminución de la actividad conlleva un aumento de los
gastos públicos, particularmente de las prestaciones sociales y del servicio de
la deuda pública. El empobrecimiento del país aumenta el riesgo de impagos y ,
por tanto, las primas sobre los intereses normales de mercado. Es la recesión,
agudizada por los recortes, que aumenta la insolvencia de la banca, de las empresas,
de las familias y del Estado frente a nuestros acreedores. No podemos seguir
ignorando que el negocio de la banca es prestar para dar fluidez a los
negocios. Las provisiones por la devaluación de sus activos y las que tendrán
que ser añadidas por imperativo de la reforma financiera no serán nunca
suficientes si la crisis sigue deteriorando sus balances.
¿Se está acertando en el diagnostico de la crisis? Insistir
en la necesidad de reducir aceleradamente el gasto público no soluciona sino
que agrava el problema. No colabora a una mayor utilización del aparato
productivo, al contrario, añade al descenso de la demanda privada menor demanda
pública.
No puede sorprendernos el desplome del valor de los activos
bancarios y de las cifras de ingresos públicos durante los primeros meses del
presente año. Al parecer se ignora el papel de las expectativas en las
decisiones económicas. El simple anuncio de un recorte drástico de la inversión
pública supone que miles de empresarios encarguen al jefe de personal la
preparación de un ERE e, incluso, el cierre de la empresa.
Volvemos al problema de fondo y a los síntomas: la
recuperación de la actividad del aparato productivo es la condición para
solucionar la crisis financiera de manera sostenible. La política económica
debe centrarse en el reto de movilizar los recursos productivos porque su
verdadero objetivo es combatir el paro y la pobreza. Y a la luz de este
objetivo, determinadas propuestas se revelan absurdas. Reducir las pensiones,
por ejemplo, insinuando que son los pensionistas los responsables de la crisis,
no sólo es un atentado contra la justicia, es, también, un error. El gasto de
los pensionistas constituye una demanda permanente con efectos anticíclicos que
propicia la supervivencia de multitud de sectores. Reducir pensiones es llevar
al paro al camarero del bar de la esquina, al del puesto de periódicos y al
dependiente de la tienda de ultramarinos.
El tiempo se acaba, efectivamente. Porque insistir en una
política que agrava la depresión de la demanda efectiva acabará destruyendo el
tejido industrial y la cohesión social, hipotecando por años las posibilidades
de recuperación económica.
Tras los cantos de sirena que provienen de algunos
economistas con brillantes currículos académicos, no hay ni ciencia ni
progreso. Sólo escolástica, modelos sociales y económicos que esconden una
silente ideología que, pacientemente, ha ido seleccionando a sus portavoces en
las “mejores universidades americanas y en las más acreditadas escuelas de
negocios privadas”. Nuestros políticos tendrán, como Ulises, que atarse al
mástil para llegar a buen puerto. De otra manera la crisis se prolongará y, con
ella, el sufrimiento y la incertidumbre. Sin alternativas a la política que nos
ha traído hasta aquí proliferará el desapego en las instituciones, proliferará
el fascismo. Sin embargo, las alternativas están sobre la mesa.
El tiempo se acaba.
¿Llegaremos a tiempo?