Eduard Punset
Se acerca fin de año y me da vueltas la cabeza cuando pienso en las cosas que vienen. ¿Se acuerdan de la científica que supo distinguir dos tipos de gusanos y predecir cuándo decidirían cambiar alternativamente su condición? Los unos son la mar de sociables y les gusta salir colectivamente a buscar la nutrición necesaria para sobrevivir. Los otros son eminentemente solitarios, no quieren saber nada de los demás y, cuando necesitan comer, ni se les ocurre hacerlo en grupo.
Ahora sabemos que los sociales tienen un aminoácido codificado para configurar la condición necesaria de su proteína. Basta con eliminar ese aminoácido para que el gusano sociable se transforme en solitario, y viceversa. Todo depende de que conservemos o no un aminoácido, que no nos cuesta nada cambiar: ¿se dan cuenta de lo vulnerables que somos?
Que no me venga ningún funcionario, aunque sea científico, y me diga que les faltan recursos para innovar; que la culpa la tienen los recortes presupuestarios. Hacen falta muy pocos medios para transformar un gusano sociable en otro solitario; lo que se necesita es mucho más conocimiento de la textura de sus aminoácidos, de los pliegues de sus proteínas, del desarrollo de su vida celular y de su electrofisiología… Más que recursos, lo que necesitamos es más conocimiento.
Cultivo de neuronas derivadas de células madre embrionarias (imagen: usuario de Flickr).
Tengo otro presentimiento para el año nuevo. El grado de complejidad de los procesos que nos envolverán dentro de poco a nivel individual será de tal envergadura que, cuando estos procesos se averíen, no sabremos cómo repararlos utilizando instrumentos convencionales.
El alargamiento de la esperanza de vida hace aflorar un número insospechado de enfermedades de las que no sabíamos nada o casi nada: los desarreglos degenerativos o la necesidad de aumentar significativamente nuestra capacidad cognitiva frente a desafíos desconocidos no vamos a poder curarles únicamente con fármacos. Los niveles de complejidad son demasiado elevados para que los fármacos puedan poner remedio a los futuros desvaríos sanitarios. Cada vez más recurriremos a nuevas tecnologías o, con toda seguridad, al aprovechamiento de las capacidades regenerativas del mundo celular y, muy particularmente, de las células madre.
Ahora bien, apuntar a soluciones innovadoras para solventar los problemas con que nos enfrentamos exigirá que la sociedad sepa utilizar las herramientas de los distintos ámbitos de nuestra conducta. Habrá que penetrar en los secretos del liderazgo, como el carisma o la capacidad de empatizar con los demás. Habrá que familiarizarse de verdad con los ritos sociales y el aprendizaje de la democracia para zambullirse en el mundo de la cultura. Los resortes del poder requieren, por supuesto, saber distribuir las responsabilidades y, sobre todo, conocer los secretos oscuros de la confianza; ¿de quién podemos fiarnos? En el mundo corporativo hará falta profundizar en el conocimiento de las técnicas de gestión. Ésos son los pilares de las decisiones innovadoras, y no las convicciones o los prejuicios.
En el arca de Noé –según los relatos bíblicos– se quiso preservar el futuro del mundo salvando del diluvio universal a una pareja de cada animal viviente. Nadie se ocupó de las plantas porque no se consideraba que estaban vivas. En realidad, las plantas nos precedieron y están tan vivas que podrían sobrevivir muy bien sin nosotros. Para preparar el futuro, será preciso no cometer los mismos errores; es decir, no salvaguardar todas y cada una de las convicciones y prejuicios del pasado, olvidándose de las nuevas y desconocidas competencias en los distintos ámbitos de nuestra conducta.